La piel, el órgano más grande del cuerpo, revela muchos aspectos de nuestra salud y nos protege del ambiente externo.
Esta “armadura” está compuesta de tres capas celulares: la epidermis, que nos brinda la habilidad de ser impermeables y es donde vemos nuestro tono de piel; la dermis, capa intermedia donde ubican las glándulas encargadas de segregar el sudor y los aceites que liberamos; y por último la hipodermis, la capa más interna que le otorga firmeza y sostén a nuestra piel.
Una laceración mínima que dañe esta barrera podría permitir el desarrollo de infecciones o alergias. De igual forma, daños más severos, como quemaduras, podrían ser catastróficos ya que causan la pérdida de humedad y de los lípidos que la componen, llevándonos así a posibles deshidrataciones e infecciones, entre otras complicaciones. Sin embargo, el órgano de la piel es uno dinámico y capaz de curarse a sí mismo.
Otras cualidades benéficas de la piel
Protección contra rayos ultravioletas: la piel posee un componente llamado melanina que, además de estar encargado de darle el tono a la piel, nos protege de la radiación ultravioleta producida por el sol.
Almacenamiento de energía: este órgano tiene la capacidad de almacenar energía en las grasas que lo componen. En situaciones extremas de deshidratación o hambruna, el cuerpo puede utilizar estas grasas para producir energía.
Regulación de temperatura: tiene la habilidad de regular la temperatura de nuestro cuerpo, conservando o liberando calor con el fin de mantener una temperatura de 37°C. Nuestra piel posee sensores que le notifican al cuerpo la temperatura exterior. En caso de mucho calor, nos enrojecemos ya que nuestros vasos sanguíneos se dilatan y producimos sudor para liberar calor. Por el contrario, durante el frío los vasos sanguíneos se contraen para almacenar el calor.
Sentido del tacto: nos permite sentir el mundo exterior, experimentar el tacto y el dolor, picor y presión, entre otras sensaciones.
Cuando nuestra piel no está saludable, ya sea por envejecimiento, sobreexposición al sol sin protección, falta de hidratación, exceso o falta de lavado, entre otros aspectos, vemos cómo las cualidades benéficas antes mencionadas se ven comprometidas. La piel se vuelve más fina, reseca y descamada, haciéndose más propensa a infecciones, arrugas y daños del sol.
La sobreexposición a los rayos ultravioleta provenientes del sol podría causar el desarrollo de cáncer en la piel. Existen tres tipos de cáncer de la piel: escamoso, basal y melanoma. Estos podrían extenderse de la piel y viajar a otras partes del cuerpo, causando complicaciones mayores.
¿Cómo cuidar la piel?
Ahora bien, ¿cómo podemos cuidar nuestra piel y mantenerla saludable? La Asociación de Dermatólogos entiende que la forma más básica e importante para mantener nuestra piel saludable es encargarnos de su limpieza, preferiblemente al despertar, antes de dormir y luego de sudar.
Se recomienda lavar la cara cuidadosamente, con movimientos en forma circular, sin exfoliarla y luego secarla delicadamente. Luego del lavado se recomienda que utilices productos que complementen las cualidades de tu piel (reseca, grasosa, combinación de ambas y/o sensitiva) para así mantener un balance adecuado que promueva su bienestar. De igual forma debes aplicar protección solar (SPF30 o más alto) antes de salir de tu hogar. Esto evita el envejecimiento de la piel y la posibilidad de desarrollar cáncer.
Por otro lado, el consumo de tabaco acelera el envejecimiento de la piel, hace que las heridas tomen más tiempo en sanar y empeora las condiciones relacionadas a la piel. Evitar el estrés podría resultar beneficioso ya que varias enfermedades se exacerban en estados de mucha ansiedad. Por último, es sumamente importante mantener una buena alimentación consumiendo frutas, vegetales y granos y bebiendo suficiente agua.